Patricio Pron y la depresión
Si mi incapacidad para disfrutar de “El espíritu de mis
padres subiendo en la lluvia”, libro de Patricio Pron, no tiene par en el
mundo, si soy el único en el planeta que no entiende, ello debe significar
algo. Quizás debieran estudiarme en algunas universidades. Me temo que mi
reacción a ese libro es única en el mundo. Ha despertado un fresco entusiasmo y
casi una fe incondicional en todo el mundo. Lo mío es una desviación de la
norma, y no deja de molestarme. ¿Quién quiere ser un bicho raro, un disidente
o, peor, un desviado?
Después de haber leído más de cien novelas de todas las
especies algo debiera saber sobre el asunto. Pero no soy tan asertivo como
vengo sonando. Soy lo contrario, muy lleno de dudas, mi confianza en mí mismo
es la de un Gregorio Samsa. Ante este libro los textos de Alain Robbe-Grillet
resultan tan digeribles como los del buen Charles Dickens. Y a propósito de
Robbe-Grillet, la “novela” (subrayando las comillas) de Patricio Pron,
cualquiera puede verlo, incluso yo, es resueltamente anti-antropocéntrica (cada
tanto alguien nos tira de las orejas por nuestra manía de sentirnos o creernos
centro de algo, basta ya: no lo somos). Así como suena, aunque hasta en las
novelas de Samuel Beckett hay un centro –aunque sea la mitad del libro-y en ese
centro está un homo sapiens o un hombre de cromagnon, un ser humano. Humano
inventado, las cosas inventadas también existen y nos acompañan mientras
ejercemos la profesión de existir, mientras bostezamos o nos rascamos (lo de lo
humano inventado, cf. Harol Bloom, quien acusa de tal delito a William
Shakespeare). Es posible que Patricio Pron albergue intenciones de figurar en
el panteón de los autores herméticos y abstractos al lado de figuras
robbe-grilletescas de la literatura universal. Es posible que lo esté copiando,
es difícil que te sorprendan copiando algo que casi nadie lee ni ha leído. O a
lo mejor Thomas Bernard, los austriacos son muy capaces de complacerse en
torturar a los lectores de la literatura universal. Pero no, creo que después
de leer a Patricio Pron, El hombre sin
atributos se leerá tan beatíficamente como Mil leguas de viaje submarino.
¿Qué es el héroe? Un consuelo para perdedores, el opio del
10 % de las masas, un hábito para débiles mentales, para el descarado que lee
novelas en esta era digital y neoliberal. Debe ser la explicación de por qué en
El espíritu de mis padres…el héroe no deja huellas digitales.
Sin embargo…
Creo que una depresión de 5.4 en la escala Prond (diseñada
por el psiquiatra alemán Gustav Prond) se está acomodando en mi psique a estas
alturas del año del señor de 2017. Y de eso también estoy seguro, así mi seguridad
en mi mismo se compare bastante bien con la del Sr. Samsa: el texto es
depresivo. Y a lo mejor sí, Patricio Pron, como Bartleby, prefería no hacerlo.
Preferiría, por lo menos esta vez, no hacernos la corte a los caprichosos
lectores, complacer nuestra adicción a la novela antropocéntrica para
perdedores de clase media venida a menos, preferiría no moldear héroes para que
nos divirtamos un par de días ni inventar lo humano. Y se ha dado unas
vacaciones de esas ocupaciones sospechosas porque quiere hacer un desencantado
comentario sobre la trágica historia argentina. Eso lo entiendo…Cuando pase la
navidad y el solsticio de invierno y se haga distante Saturno, favoreciendo mi
salir del otro lado de esta depresioncilla, puede ocurrir que encuentre que en
El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, el autor proyecta un holograma de la
sociedad argentina aquejada por la relatividad ontológica, una pérdida de
metafísica catastrófica, una des-historiación, una hemorragia de sus narrativas
fundadoras que le confiere la atmósfera de un nido o agujero de creaturas
ciegas…debo terminar con esta evidencia: si me produce terror, debe haber algo
en esta literatura de la depresión.
Nota: Incluso quienes se plantan ante el libro con actitud
más tolerante, ponen algunos peros. Como el pobre fabricante de la reseña de El
Cultural(2011), que no se guarda que “tras una brillante primera parte, el larguísimo
detalle periodístico-documental-estadístico enfría y rompe el ritmo del libro
en las otras tres, por mucho que el lector comprenda las nobles intenciones y
el alto listón de quien “reclama justicia y demanda memoria”.
Nota 2: En honor a la
verdad, hay libros peores. La carroza de
Bolívar, por ejemplo.
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